2 de noviembre de 1977, Ainsa, provincia de
Huesca.
Un silencio innatural se había instalado a
las afueras del pueblo aquella noche.
La clase de silencio que opacaba el fluir
de rio Ara y asfixiaba el viento del valle.
La clase de silencio que no pertenecía a estos
montes.
De nada sirvió el lejano esconxurandero de
la iglesia de San Salvador, ni los espantabruxas que decoraban las chimeneas,
ni la cardincha que colgaba en la puerta de los Lardies. A fin de cuentas, que
poder podría tener ese seco sol frente a aquellos forasteros.
Idali yacía despierta en su cama, incapaz de dormir. Ya que el mundo a su alrededor se había quedado afónico, como si una presencia lo opacara, invisible para la mayoría, pero evidente para cualquier niño.
Aferrada a su ratoncillo de peluche, buscaba algún tipo de
refugio en su suave amigo. Pero de poco servía, cuando su cuarto, un
santuario de día, ahora era hostil a ella.
Ninguna luna esa noche, ningún coche rumbo
a Boltaña, solo estrellas. Escultoras que cincelaban con su tenue luz extrañas sombras
entorno a ella. Las ramas del chopo afiladas zarpas dispuestas a desgarrar su
escudo de sabanas, la silla con ropa tendida el mayor de los “mounstruos” como
diría ella. Y el armario, portal de oscuro roble, ocultaba unas fauces sonrientes,
esperando a que uno de sus pequeños pies asomara de la manta.
Dudaba en usar la linterna que horas antes había utilizado para leer a escondidas. Ya que a veces era mejor no romper esa oscuridad, que confirmar que el Ensundiero acechara cerca, listo para arrancar con su cuchillo la grasa de la niña.
Sus manos temblaros y se aferraron su peluche, encendiendo la linterna al final gracias a la seguridad que este le daba. Pero al final esta no revelo a ningún tipo de sacamantecas, solo a esas las garras huesudas que no eran más que ramas y el daiple de la silla una falda arrugada. Pero el armario, grande e imponente, seguía sin revelar lo que ocultaba.
Era un viejo ropero que desentonaba con el
resto de los muebles y se alzaba frente a los pies de la cama. Decorado con sus
mejores dibujos, simples retratos de bruxas y encantarías, que protagonizaban
los mitos que tanto la apasionaban. Aunque bajo el foco de la linterna, esas
historias adquirían un tono sombrío, que le instaba a
protegerse con ese escudo mágico que todos sabemos que son las sabanas.
Su respiración arrítmica resaltaba el
silencio, era como un contra punto que confirmaba lo innatural de este. Si se
hubiera dormido antes, si no se hubiera quedado hasta tarde leyendo, ahora
estaría al cobijo de los sueños. Pero había preferido desobedecer, con tal sus
padres dormían, ¿quién se iba a enterar?
Repentinamente la linterna comenzó a
parpadear haciendo que aumentara su abrazo sobre peluche, hasta que con un
suspiro se apagó. Ella grito aunque su alarido fue devorado rápidamente por
aquel silencio.
Encontrándose de vuelta en aquella oscuridad, el reino de quien
se escondía en el armario.
Y si los patrones que la penumbra dibujaba ahora sí que eran en realidad caras, la sombra de los arboles garras y las
cortinas figuras que la observaban. Y si había sido una niña mala.
La puerta del armario comenzó a abrirse lentamente, sin ningún tipo de chirrido o sonido, solo silencio. Mostrando un agujero oscuro donde él la esperaba.
- Mama la puerta yo no la abrí – dijo una voz infantil en su interior quebrando ese silencio.
- Mama hay una sombra allí – contesto otra voz en el mismo lugar.
- Mama el coco está aquí – canto una tercera cuando la puerta se encontró completamente abierta.
- ¿Qué quiere él de mí? – termino una cuarta voz gutural que resonó por toda la habitación.
Y la noche se hizo día.
Un pitido continuo y estridente, junto a una luz que devoro la habitación, mostrando unas grandes fauces que sonreían dentro del armario. Envueltas en unas sábanas blancas echas girones. Con sus largas extremidades en posiciones imposibles, como si estuviera encajado en el propio armario.
- Idali – dijo esas fauces sonrientes salpicando el suelo con una baba transparente – no sabes que si no duermes el coco vendrá y se te comerá.
Una garra envuelta en esos harapos comenzó a
salir del armario. Alzándose sobre la cama, proyectando una amplia sombra conta
la pared a causa de esa extraña luz que entraba por la ventana. Aproximándose
como una serpiente, poco a poco más cerca de ella.
No podía gritar, no podía moverse, solo
entrujar su peluche esperando a que la atrapara, a que la devorara. Pero los gritos
distantes de su padre le hicieron reaccionar, más bien despertar. Saltando de
la cama en el momento de que la garra la intentaba apresar.
Callo en el suelo, aun aferrada con su mano
izquierda al peluche. No se dio cuenta del charco que se comenzó a formar bajo
ella, algo que no le pasaba desde hacía dos años. En otra situación la habría
avergonzado, pero en esta ni le dio importancia.
Se levanto rápidamente para ver como el coco salía del armario. Sus extremidades comenzaron a doblarse en crujidos, mostrando como debajo de los harapos blancos había una piel igual de lechosa, casi enfermiza. Una de sus piernas salió pisando una de las baldosas más lejanas, mientras que con la otra garra se apoyaba en el marco del armario. Agachando la cabeza, para no darse contra él, ladeándola hacia la izquierda una vez todo el cuerpo había salido.
- Vívete, niña, vívete – empezó a cantar como si fuera una nana, sobreponiéndose aquel extraño pitido.
Idali golpeo la puerta y salió a la carrera al iluminado pasillo. Parecía que la insólita luz se había apoderado de la casa.
- Que viene el coco – salió la gran figura de su cuarto, andando como si se tratara de una gran marioneta – y se llevara a los niños que viven poco– sus garras arrastradas por el suelo iban arañando las baldosas a su paso.
El ser la perseguía en un pasillo que parecía alargarse frente a ella.
Cada vez más largo. Y sus pisadas más cerca.
Y más y más largo. Y su roce próximo.
Pero al final apareció la escalera y frente a esta, la puerta de la habitación de sus padres. Que se movía como si alguien intentara abrirla desde dentro, pero por alguna razón no cedía. Golpes contra ella, patadas y gritos de súplica de su padre, era lo único que encontraba.
- Victoria –oyó a su padre gritar– pero que has hecho, que cojones has hecho.
Su madre no parecía contestar. Idali estaba sola.
Las garras frías y húmedas la
apresaron por detrás, haciendo girones el pijama de gatitos y
alzándola del suelo, mientras escuchaba a su padre implorar. Consiguiendo que
soltara al fin al ratoncito de peluche, cayendo este casi pesadamente contra el
suelo.
Las grandes fauces se alzaron ante ella,
con esa burla constante. Agarrando su mano izquierda y llevándose las hacia
ellas. Los dientes afilados se clavaron sobre sus dedos anular y meñique,
arrancándolos de un mordisco del resto de la mano.
Grito, aunque ya poco le quedaba de voz.
- Idali has sido una niña muy muy mala. – se rio, mostrando esas fauces cubiertas de sangre dejándola caer contra el suelo – No te preocupes ya habré terminado antes de que ellos lleguen.
Tendida en el suelo viendo como la sangre
se escapaba de donde antes tenía esos dos dedos. Sintiendo como esos harapos
comenzaban a envolverla, y sobre ella las fauces se hacían más y más grandes,
perfectas para devorarla de un solo mordisco.
Vio tendido en el suelo al ratoncito de
peluche, como este comenzaba a teñirse con su propia sangre. Ni siquiera el dolor no le
había conseguido hacer que reaccionara, pero por alguno extraño motivo ver a su
fiel amigo mancharse de esa manera, casi como si se profanara un objeto sagrado, hizo que sus músculos y cuerpo volvieran a
contestar.
Con la mano mutilada aferro el juguete,
para después rodar hacia las escaleras. Consigo caer por estas, evitando ese segundo mordisco. La caída fue lenta, pero no dolorosa, al
fin de cuentas todo el dolor de su cuerpo se había concentrado en su mano. Se
torció el tobillo, se golpeo las costillas y se abrió una pequeña brecha en la
cabeza. Pero aun así se consiguió levantar viendo como la luz y el pitido comenzaban
aumentar.
La gigantesca figura se alzaba en lo alto de las escaleras. Incluso parecía que las fauces ya no reían sino más bien tenían una expresión de sorpresa. Comenzó a extender sus largos brazos en su busca.
- Idali a estas horas las niñas buenas están en su cama – comenzó a bajar lentamente con ese extraño vaivén – no querrás que tu madre se entere y te castigué – sus garras se aproximaban a ella - porque no subes te arropo y te doy un besito de buenas noches.
Idali comenzó a tambalearse hacia la
puerta, sintiendo que algo iba mal en su tobillo cada vez que lo apoyaba. Cogió
con la mano buena casi como un auto reflejo las llaves que se encontraban en el
bol de la entrada. Y con un rápido movimiento abrió la puerta.
Un paisaje devorado por la gran luz blanca
le recibió. Esta en forma cilíndrica alargada, como un gran puro que se alzaba,
sobre las casas y los montes, opacando el cielo y las estrellas, junto a ese
gran pitido que parecía propulsarla.
- Idali no vayas con ellos - ordeno con un grito.
Y sintiendo el roce de los dedos del coco a
su espalda se adentró en la luz. Con la seguridad
que le daba estar aferrada a ese ratoncito de peluche manchado con su sangre.
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Heraldo de Aragón. Edición del domingo 7 de noviembre de 1977
Exclusiva. Fotografiado el <<OVNI>> de Pusilibro
Una docena de periodistas españoles recorren Guara y
Gratal, en busca de las extrañas luces. La provincia de Huesca esta viviendo
una autentica fiebre por los platillos volantes en la última semana, a raíz de
las fotos tomadas por Ricardo Rodrigo Lera en la noche del 2 de noviembre que
muestran uno de esos extraños objetos sobrevolando el monte Pusilibro. Incluso
llegando a recibir los oscenses un equipo especializado de la televisión mejicana,
los cuales han declarado…
(las fotos que acompañan la portada del periódico son las de un objeto alargado en forma de puro que brilla con una luz tenue)
(imagen obtenida de https://www.heraldo.es/noticias/aragon/2017/11/19/ovnis-pirineo-anos-despues-del-incidente-pusilibro-1208936-300.html, muestra las fotos reales tomadas por Ricardo Rodrigo Lera)
Si pasamos a las últimas páginas del periódico antes de
llegar a la sección de deporte podremos leer la siguiente notica:
Continua la búsqueda de Idali Lardies Aragón
Sigue la búsqueda en Ainsa de Idali Lardies Aragón de 8
años, vista la última vez en la noche del 2 de noviembre. Los expertos no son
muy optimistas en encontrar a la pequeña con vida, aun así, las tareas de
búsqueda no han cesado. El día de hoy monseñor Luis Lopez Guara párroco de la
comunidad ha organizado un equipo de busqueda con vecinos de Boltaña, Guaso y
Ainsa que colaboraran con la policía para inspeccionar las orillas del rio Ara.
Se cree que la niña…
(una pequeña foto, en mala resolución, muestran a una niña con el pelo ondulado vestida de domingo y con los mofletes algo colorados. Su mirada gris está completamente perdida).

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