En la infinita llanura el polvo se levanta con el paso del gran convoy . Una hilera de caravanas vigilada por dos solitarias montañas, de resplandor grisáceo. Demasiado lejanas para llegar en esa noche, pero demasiado cercanas para que su influencia se sintiera.
Suspiro de una frialdad pétrea que se arremolina en la mente de cada colono y comerciante. Ahogando su garganta, silenciando su murmullo, observa su paso, simplemente esperando.
William Berry, un hombre tan limpio como una comadreja, con un cabello que perdió la batalla contra las canas, monta en un testarudo caballo de nombre Sultán, como único guía a la cabeza del convoy. Ya familiarizado a esa sensación, que tras más de quince años recorriendo las llanuras, se ha convertido en otro compañero de viaje. Uno a tener en cuenta, ya que nunca sabe cuando se decidirá a actuar. Intuyendo que en ese momento ni el wínchester que cuelga en su espalda le servirá para evitar aquello que le tengan preparado las montañas.
- Señor Berry – le sorprendió una voz de mujer demasiado delicada para estas tierras.
- Dígame, señorita Turman – contesto sin darse la vuelta.
- Señor Berry – repitió – ha ocurrido un contratiempo en la caravana del señor West.
Con toda la educación que pudo reunir, lanzo sobre el seco suelo un esputo tan negro como la noche.
- ¿Qué le ocurre ahora al señor West?
- Afirma que lleva escuchando algo desde que se ocultó el sol– contesto la mujer mientras se ponía con el caballo a la par.
- ¿Cómo que algo, Señorita Turman?– volvió a preguntar, aunque tras quince años realizando ese viaje ya conocía la respuesta.
- Voces – esos ojos azul brillante se posaron en los cansados y marrones de Berry– como una canción distante.
No pudo controlarse y miro hacia las dos montañas, que con ojos invisibles vigilaban a las caravanas. A que esperaban, porque nunca atacaban, y solo se limitaban a deslizarse en la mente de quien osara recorrer esa laberíntica llanura.
Al ver que el viejo guía no contestaba, prosiguió:
- Señor Berry, el problema es que el señor West esta contagiando su miedo al resto de colonos. Cada vez hay más que creen escuchar esos sonidos y tienen el temor de que sean los nativos - prenunció con un tono escéptico.
Sintió un pinchazo de compasión por la chica. Ella nunca comprendería la naturaleza de aquel resplandor que sobre ellos se cernía.
- Señorita Turman, los pieles rojas abandonaron estas llanuras hace años - se limitó a contestar, empezando de nuevo a escuchar los tambores y gritos que las dos solitarias montañas comenzaron a entonar.
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